martes, 19 de febrero de 2013

Domingos de lluvia.

         Es la 1:45 de la madrugada. Y me he levantado de la cama para ventilarme unos desconsiderados retortijones, vulgo dolor de tripas, que me quitan el sueño. Así es que espero que un gelocatil diluído en este nuevo apunte de recuerdos nostálgicos me permitan volver a la cama en cuanto acabe. Para seguir soñando, claro....



                Íbamos a misa a la parroquia de Astillero, normalmente con Joaquín, el chófer  en el Ford. La santa misa, casualmente, siempre la celebraba Don Francisco, el párroco. Y digo casualmente porque de los al menos tres párrocos que se sucedieron en Astillero por muerte natural, me parece que los tres se llamaron Don Francisco. Sí que fue casualidad, aunque también puede ser que me falle ya un poco la memoria y alguno fallara también. Sí:  ciertamente, creo que uno, despistado, se llamó Don Jesús, pero no importa. Lo normal, lo mas frecuente, era que lloviera si bien alguna vez disfrutábamos de días de sol. Diluviando, cruzábamos en dos saltos los charcos que separaban al coche de la iglesia, contribuyendo como buenos fieles a mojar más su suelo de madera, pasillo central y accesos a los bancos; suelo tan mojado que testimoniaba la abundancia de agua y de fe en el pueblo de Astillero; me acuerdo de tanto paraguas ya cerrado que, apoyado contra los bancos y esquinas con su charquito debajo, entonces veía como si se estuvieran orinando. Una vez asentado en un extremo de banco no siempre libre, o de pie entre los hombres, procuraba centrarme en la ceremonia. Que Dios me perdone, y no dudo que lo hará porque como sobre todo ama y comprende al hombre, El entendería que yo no pudiera evitar el que antes de ponerme a la misa, tenía que echar un vistazo disimulado y tímido pero siempre eficaz tratando de localizar a alguna chica de mis preferidas o a la que en aquella etapa estuviese en mi candelero, lo que podía variar bastante de unos años a otros; y no siempre era sencillo, pues la mantilla obligatoria dificultaba ver los rostros y había que esperar a que se volviera un poquito, no mucho porque no estaba bien visto mirar hacia atrás. Hubo una primera, Ana María, que me dio guerra mucho tiempo, aunque en la iglesia ya la tenía localizada apenas yo entraba; como todas las primeras ilusiones. A mí me parecía la chica más guapa del mundo, y me tenía que resignar a oír de los señores mayores que decían solo que era muy guapa. Luego, cuando me dejó por lo que entonces se llamaba “un buen partido”, la sustituyó en mi corazón otra Ana María. Mas bien fea, a mí me gustaba un montón; y no es que estuviese especialmente buena, pues era mas bien un fideo, pero las cosas son así: me gustaba y punto. Se conoce que en Astillero, la repetición de nombres se daba mucho o, desde luego, yo no era demasiado original.


                Cuando he dicho que si no había sitio en que sentarme me ponía de pie entre los hombres, quiero dejar constancia de lo que era costumbre entonces en todas las iglesias, de pueblo, de ciudad o la mismísima catedral: en todas las celebraciones religiosas, los hombres separados de las mujeres. Los hombres apiñados de pie y detrás, tan a la puerta de la iglesia como sea posible con la intención no muy católica de salir pitando en cuanto termine el cura: eran muchos los que llegaban a media misa y la bendición final la recibían ya desde el patio, o desde la calle si había escampado. ¡Cuántos chaparrones ayudaron a oír misa entera casi todos los domingos y fiestas de guardar...!. Este hábito de los hombres, en general,  durante las ceremonias de culto, responde posiblemente a la larga época que se vivió de política nacional de confabulación Iglesia-Estado: ir a misa, sí; está bien considerado y conviene; pero atrás, porque los curas son cosa de mujeres. Cuando llegaba el momento de la homilía, el sacerdote interrumpía la misa y subía al púlpito: Todas privilegiadas que tenían banco, se sentaban. Por unos segundos, el murmullo de sentarse rompía el silencio de la ceremonia. Unos segundos más de silencio, y comenzaba la plática dominical. ¿cuánto duraría el sermón...? Normal generalmente, larga y pesada excepcionalmente, pero nunca corta. ¡Qué descaro...! Con el rabillo del ojo, podía ver cómo algunos hombres de los de más atrás, siempre los mismos, se salían a fumar un pitillo. Sospechábamos que eran comunistas o, por lo menos, de ideas avanzadas..."¡Gracias, Señor, por no habernos hecho así...!" Sin comentarios... (En verdad, lector.., odio esa frase por la soberbia e incomprensión que encierra: en mi, debe interpretarse todo lo contrario...)


                De niños, a la salida de misa, bajábamos en el coche hasta un puesto de periódicos cerca de la estación, y comprábamos tres o cuatro tebeos. Quizá también algún “sobre sorpresa”: azul, con cromos y baratijas desconocidas en su interior. Y a casa, que llueve.


                Ya de mozos, si llovía mucho hacíamos lo mismo pero sin tebeos: sólo irnos  a casa,  porque nuestras mozas se iban también con sus respectivas madres a sus respectivas casas.


Pero si hacía sol, o bueno sin llover, o incluso chispeando un poco, acompañábamos a nuestras mozas llevando su paraguas a lo largo de toda la calle de San José, la calle principal del pueblo que, según con quien fueras, se te hacía más corta o más larga... Con suerte, con mucha suerte, podía caer algún vinillo antes de dejarlas...


                Lo peor era que casi siempre las dejábamos para ir a casa a estudiar lo que por pereza no habíamos querido hacer el sábado. ¡Qué asco...!



7 comentarios:

  1. ¡Gracias, Señor, por haberme hecho así...! de ideas avanzadas...

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  2. estoy un poco entre la pasión y la angustia -no me puedo quejar- pero caramba, gracias sí por quitarnos de encima la represión y unas cuántas cosas más! quizá dentro de unas cuántas generaciones los progresos en la dignidad del ser humano parezcan bochornosos. ojalá. aunque quiero pensar que la dignidad del amor (del tipo que sea) siempre ha sido y será un templo de íntima libertad que nos salva del desastre de los tiempos. y fernandín mirando de reojo en misa... jaja, cómo me gusta. ese tallo, árbol, además de pajaruco montañés por aquél entonces... sabe vivir!!

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  3. ¿Donde diablos está mi comentario que asimilaba mis apuntes a un tallo y unos pétalos de colores...? Lo metí. No es imaginación puesto que mi querida hija Carmen alude a él... Quien lo tenga, que por favor me lo devuelva.

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  4. Ja, ja, ja... sí, yo lo vi, lo has tenido que eliminar tú sin querer... sólo tú y yo podemos hacerlo y... YO NO HE SIDO, ¡LO JURO!

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  5. No me jures. No por aquello de ..."en vano...". Porque, sencillamente, creo en ti. Sin más.

    Y es una lástima, hija, porque era un reflejo de mi idéa, de lo que yo veo cuando, tras mi apunte (el tallo), leo vuestros comentarios (los petalos de colores) que le dan vida...Igual que cuando se escarba una hoguerita que se está apagando...

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  6. pues yo también lo vi, ciber roble. qué cosas.
    el caso es que cada vez que nos llamas 'pétalo' me sonroso. a partir de hoy cuando me pregunten mi nombre voy a responder: me llamo carmen. pero mi padre a sus hijas nos llama 'pétalo'.

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  7. Me interesado estos comentarios. Los sacerdotes en aquellas fechas en Astillero, eran
    D. Francisco Gutiérrez de la Saga (del 1929 al 1932), Don Luis Cereceda Gargollo (del 1932 al 1937), Don Lenadro Brunet Salcedo (del 1937 al 1938), Don Jesús Sainz y Trevilla (del 1938 al 1942) y Don Francisco Navarro Fernández (del 1942 al 1942), Don José Bolado Fernández (del 1942 al 1942) y Don Francisco Francisco Martínez Garcia (del 1942 al 1994), éste último sacerdote era el más conocido.

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